domingo, 14 de marzo de 2010

VII - El Reloj

Me enojé cuando supe que mi viejo lo había vendido. Siempre había supuesto que alguna vez lo heredaría. A lo largo de tantos años había acumulado tantos recuerdos que no concebía la idea de que lo vendiera como si se tratara de un simple reloj. Cierto que era simplemente eso, pero con él crecí. Con él aprendí la hora, sus campanadas regían la actividad en casa… Hasta mi gato había aprendido que al sonar la campana de la una de la tarde, debía aparecer en la cocina para que mi mamá le diera de comer… Con las campanas de las siete de la mañana, él venía a despertarme para levantarme. Jamás conseguí hacerle entender que no debía hacerlo los fines de semana, pero hubiera sido demasiado pedir para un simple gato. A las ocho de la noche, nos avisaba que en menos de cinco minutos estaría mi viejo en casa llegando del trabajo… Era un buen reloj. Él nos garantizaba que todo marchaba bien en el Universo. Se lo había entregado don Díaz, el relojero que le alquilaba el local a mi papá, como parte de pago. Años después, cuando ya vivíamos en la Capital, los vecinos se llegaron a quejar del sonido de nuestro querido reloj. En las calurosas noches de verano, cuando dormíamos con las ventanas abiertas, el sonido de sus asombrosamente puntuales campanadas horarias sonaban por todo el edificio. Llegaron a decir que era el sonido más tétrico que pudieran imaginar. Hasta hubo alguien que dijo que sonaba a Muerte. Vino espantado a la mañana a decirnos que a la medianoche había escuchado TRECE! campanadas. Mi papá, con su habitual actitud, le dijo que seguramente pudo tratarse de alguna clase de eco en los largos pasillos del edificio. Por suerte, nadie murió ese día, de lo contrario me habría preocupado un poco. De todas maneras, yo me reía… Cómo podía resultar lúgubre ese sonido? Ese reloj era mi amigo. Jamás se detuvo ni una sola vez en alrededor de cuarenta años. Cómo pudo venderlo? Siempre creí, desde niño, que seguiría funcionando perfectamente mientras yo viviera y que en mi último día se detendría y que ningún relojero encontraría la falla jamás. Todavía lo creo.

miércoles, 3 de marzo de 2010

VI - Holando

Llevo ya tres días mal... me tienen adentro de la casa porque no quieren que esté con mis hermanitas, temen que yo les contagie mi enfermedad. Realmente me gustaría ir a jugar al patio, pero me siento muy mal... casi no puedo moverme de tan débil que estoy.. La tía María José se esfuerza mucho cuidándome. Me ha llevado al doctor, me limpia, me mima... trata de que esté cómodo, me hizo una camita con una bata de Jonás... Me pinchó muchas veces con una aguja, pero sé que lo hace para que me mejore... cada vez que lo hace, me siento un poco mejorcito por un rato... también el abuelo Sergio me ha pinchado varias veces, pero ya estoy muy cansado... Yo trato de hablarles, creía que no me entendían, pero puede ser que sí. Hace un rato le pedí a María José que no me dejara solito y me llevó con mi camita a la pieza donde está Jonás... quisiera jugar con él un ratito pero ya no tengo más fuerzas... también trajo a mi hermanita para que me visite, aunque la tiene en brazos para que no se acerque a mí. Ella también estuvo enfermita y todavía no está bien. quiero sentarme, pero no puedo... tengo mucho sueño... con gran esfuerzo levanto mi cabeza y los miro, pero ya no tengo más fuerzas. Tal vez si muevo mi colita sepan que estoy contento de estar con ellos... Ya no siento dolor... sólo quiero dormir... dormir y soñar que juego con mis hermanitas en el patio de casa...

Holando (30/11/2009 - 01/03/2010)