1. Donde no me dejan dormir (Parte 1ª)
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Aquel 30 de mayo de 1984 pasamos el día y la mayor parte de la noche en casa de mi prima Beba, jugando a las cartas o al TEG, no me acuerdo bien. Como de costumbre, llegamos muy tarde a casa. En esos días estaba yo sin trabajo, y teníamos bastante tiempo libre. La proximidad del nacimiento de mi primer hijo (el único, como se vería más adelante) era un asunto que, contrariamente a lo que se esperaba de un padre decente, no era un tema que realmente me preocupara. Estaba absolutamente convencido de que todo saldría bien, que no había de que preocuparse, así que no me preocupaba en absoluto. El caso es que llegamos a casa como a la una de la mañana del 31 de mayo, el día en que nada pasó como se suponía que debía pasar.
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Hacía mucho –pero mucho– frío... amenazaba llover, así que esa fue una excelente excusa para irnos a la cama y tomarnos una –o dos– copas de licor de café antes de dormir. Por aquellos años, me gustaba beber algo de alcohol... Nos quedamos conversando tranquilamente hasta cerca de las dos. Finalmente, decidimos que era buena hora para iniciar el sueño reparador después de una jornada agotadora.
Según me contó Patricia luego, alrededor de las tres comenzó a sentir que la madrugada no iba a ser tan tranquila como teníamos planeado. Intentó despertarme, fracasando estrepitosamente en la tarea. Una vez que se hubo convencido de lo inútil del esfuerzo, optó por hacer algo más práctico: Preparó su bolsito, se bañó, se vistió, y cuando estuvo todo listo, intentó nuevamente despertarme. Recuerdo vagamente haberle pedido un café... Fue entonces que gritó como si estuviera poseída “¡SEEEERGIOOOOO! ¡NO PUEEEDO MÁAAAAS!” Seguida por una invocación a mi madre que me pareció de muy mal gusto, seguida de varias expresiones más, todas impropias en una madre pronta a dar a luz.
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Tengo que reconocer que funcionó... Salté de la cama y caí de pie junto a la mesita de luz, ya vestido. Completamente despierto, la vi recostada en el marco de la puerta, con expresión de un dolor intenso (o de un odio intenso, no estoy seguro) Todavía pensando en eso, la oigo decir muy despacito, probándome que sufría de un dolor insoportable (o de un odio asesino) “Vamos al Hospital...”
2. Donde se demuestra lo difícil que es conseguir un taxi cuando se está apurado.
Vivíamos en un lindo departamentito en la calle Gurruchaga, a una cuadra y media de la Avenida Santa Fe. Sin embargo, a esa hora era un desierto. Para tener alguna posibilidad de conseguir un taxi, caminamos hasta Serrano y Santa Fe, frente a Plaza Italia... donde esperamos fácilmente una media hora –al menos a mi me pareció media hora- Como estaba lloviendo un poco, y había un viento que te arrancaba la piel, a Patricia la dejé refugiada en la entrada de un edificio, mientras yo, en el cordón de la vereda, hacía señas a cuanto auto veía. El primero en parar fue un taxi grandote, un Falcon, creo. Lo recuerdo porque me alegró que fuera un auto grande, así ella podría recostarse en el asiento y yo me subiría adelante. Había abierto la puerta de atrás, cuando el taxista la ve venir a Patricia con su enorme panza y el gesto de dolor. Entonces hizo lo que cualquier amante de su lustroso auto hubiera hecho: arrancó de golpe, con la puerta abierta y todo. Paró media cuadra más adelante, solo para cerrar la puerta y huir después en la oscuridad. Allí quedamos... varios minutos más.
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Eventualmente, un taxi finalmente paró y aceptó llevarnos al hospital. Al fin y al cabo, eran unas pocas cuadras ¿Qué podría salir mal? Para sacarse el problema lo más rápido posible, o para que la futura madre recibiera atención lo antes posible, convirtió al modesto Renault 12 en un Fórmula Uno, y no se detuvo hasta habernos dejado dentro del hospital. Ingresó por la entrada de las ambulancias y casi nos lleva hasta la habitación. Nos deseó mucha suerte, y no recuerdo si le pagué. Me parece recordar que no quiso cobrarme. Me reconcilié con el gremio de choferes de taxis, y le retiré la maldición eterna que había arrojado sobre ellos por culpa del primer conductor unos minutos antes.
3. Donde recupero transitoriamente mi soltería.
Ya dije que entonces estaba sin trabajo, lo que equivale a decir que no tenía obra social. Como el padre no había denunciado todavía el matrimonio de su hija, seguía disfrutando de la obra social del Ejército, que mi suegro usaba por ser militar retirado. El único problema, era que Patricia solo tenía derecho a los beneficios mientras fuera soltera, y hacía veintisiete días que estábamos casados (El Mayor Jiménez, o sea mi suegro, por aquellos días me miraba bastante feo. Creo que albergaba la sospecha de que la hija se había casado embarazada). La solución, fue no decir nada del casamiento, decir que era soltera y que yo no era nadie... un amigo, si acaso. Lamentablemente, el truco salió tan bien que no se me permitió asistir al parto. Constantemente alguien me preguntaba quien era, me echaban de todas partes. En el Hospital Militar no son muy hospitalarios... Tengo la firme convicción de que mi querido suegro hubiera estado feliz si me hubiera ido a casa.
4. Donde además de solteros, estamos separados.
Cuando ya estaba instalada en su habitación privada del décimo piso, con una hermosa vista de la avenida Luis M. Campos, y ya que yo estaba sin saber que hacer, molestando en donde nada tenía que ver conmigo, Patricia me pide que fuera a llamar a su hermana Marcela y a su papá. Contento por tener algo que hacer, fui hasta la calle buscando un teléfono. Hice las llamadas y aproveché para comprar el “Clarín”.
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Con los años lamentaría no haber guardado ese ejemplar, como recuerdo del día en que nació mi hijo, pero eso no viene al caso ahora. El caso es que recordé mi café, así que fui a la cafetería a desayunar mientras hojeaba algo aburrido los titulares del diario. No veía motivos para ayunar ni para correr, así que disfruté de mi merecido café con leche y tres medialunas. Un rato después recordé a Patricia y volví a la habitación, para comunicarle que sus familiares venían corriendo, aunque no sabía bien para qué...
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Cuando entré en la habitación, la encontré vacía. “Estará en el baño”, pensé, pero la puerta estaba abierta y dentro del baño no había nadie. “Bueno... la habrán venido a buscar para hacerle algún exámen” Entonces ví las pantuflas de ella, prolijamente acomodadas junto a la cama. “Uh. Eso quiere decir que no se fue caminando de acá... tal vez la llevaron a la sala de partos... ¡Qué guacha...! ¿Por qué no me esperaría?“ No habiendo nada mejor que hacer, quise seguir leyendo el diario, por lo que me acomodé en la cama que ahora estaba vacía y me concentré en las noticias. Habré leído unas cien palabras y me quedé profundamente dormido.
5. Donde no me dejan dormir (Parte 2ª)
Serían las nueve de la mañana cuando una serie de insultos me sobresaltaron. Me había quedado dormido con el diario tapándome la cara. Me senté en la cama y una enfermera enorme me miraba como si estuviera a punto de masticarme un ojo, mientras me increpaba preguntándome “¿Qué clase de padre es usted?... ¿Cómo puede dormir con su mujer en la sala de partos? ¿Sabe ella la clase de monstruo que es usted?” Todo esto a los gritos, con su cara a menos de treinta centímetros de la mía y su dedo índice casi tocándome la punta de la nariz... “Por si llegara a interesarle, aunque no creo, su esposa ya tuvo familia” Yo, que me sentía muy avergonzado, agradecí la oportunidad de poder decir algo y le pregunté que había sido “Un varón.” Me dijo y pegó un portazo. Me quedé pensando como era posible que supiera que era mi esposa, y llegué a la conclusión de que no sabía que ella era soltera, por lo que supuso que yo debía ser el esposo, acertando sin querer. Me levanté, estiré las sábanas lo mejor que pude y me ubiqué en un silloncito que había en un rincón a esperar... Pasó un rato largo, por lo que terminé la lectura del diario, y ya estaba a punto de ir a preguntar si había alguna novedad cuando Patricia volvió a la habitación, escoltada por varios médicos, lo que en otras palabras equivale a decir que me echaron una vez más de la habitación. No pude entrar hasta pasado un buen rato, cuando se hubieron ido todos.
6. Donde nadie parece entenderme.
Cuando entré, encontré a Patricia muy dolorida. Algo había salido mal, me explicó que lo que había comenzado como un parto normal, terminó siendo una cesárea de emergencia, sin anestesia ni nada. Estaba muy enojada conmigo, preguntándome como era posible que yo no estuviera en la salida de la sala de partos con los otros papás nerviosos que caminan en círculos frente a la puerta de la sala, preguntando a todos los que entran o salen por esas puertas qué novedades hay... Traté de explicarle que no estaba allí, porque estaba muy tranquilo, absolutamente convencido de que no había ninguna posibilidad de que hubiera ningún problema, que no era desinterés mío, solo tranquilidad... en eso cae Marcela y me parece que mi suegro también. Tomar conocimiento de lo ocurrido no ayudó a hacernos amigos... Mi cuñadita también me dijo una o dos barbaridades que no vale la pena citar aquí. Mi esposa (aunque el matrimonio estuviera momentáneamente suspendido, seguía siendo mi esposa) mi cuñada, mi suegro y hasta una enfermera me habían insultado en menos de media hora... estaba confundido. ¿Qué hice mal? Me preguntaba sin poder dejar de bostezar.
7. Donde descubro que mi hijo es el más lindo... aunque no sé cuál es
Mi amiga, la enfermera volvió a la habitación para informar que el bebé ya estaba en la nursery, y que podíamos ir a verlo. Me mira y me dice “hasta usted” con una expresión que me recordaba a la de Patricia en la mañana temprano, en casa; y no creo que la enfermera estuviera dolorida. Todos salieron corriendo a ver al recién llegado, yo alcancé a decir “Pero... ¿No lo van a traer acá para que lo amamante?” Me dijeron que sí, en un rato, tal vez una media hora, así que si quería conocerlo debía ir a la nursery. Patricia me miró con esa mirada que no admite argumentos en contra y me dijo “Andá a verlo” por lo que, logicamente, fui a conocer a mi hijo. Cuando llegué, Estaban mi suegro, mi cuñada y China, la señora de mi suegro, los tres apretujados en la puerta mirando las cunitas. “¡Qué tontos son...! Apretujados ahí, tan lejos de las cunitas, en lugar de entrar por acá...” Entusiasmado por mi superioridad intelectual, quise entrar orgullosamente a la nursery, para descubrir una pared invisible... el vidrio más limpio que vi (o mejor dicho, que no ví) en toda mi vida. Por suerte era muy grueso, así que no lo rompí, aunque me di un golpe tremendo en la cara. Encima, desperté a todos los bebés, que empezaron a llorar... Aunque no las escuché, creo que tendría que agregar a las tres enfermeras que estaban allí a la lista de las personas que me insultaron aquella mañana. Una vez superado el inconveniente, vi que mi bebé era el más lindo de todos... fuera cual fuere el mío entre los aproximadamente veinte bebés que allí se encontraban, ubicados en sus cunitas como para un desfile militar.
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Algún ser malvado de perversas entrañas le contó a Patricia lo sucedido, pero lo perdoné cuando trajeron a Jonás (aunque todavía no tenía ese nombre. Estuvo dos o tres días sin uno, estábamos convencidos de que sería una niña. Tanto, que no se nos había ocurrido pensar un nombre de varón. Pero esa es otra historia) Cuando comenzó a mamar olvidé todos los problemas que me habían parecido importantes hasta ese día y comenzó una nueva etapa en mi vida, con grandes satisfacciones y problemas nuevos, pero llena de maravillas todos los días.
8. Donde huimos del hospital
En la mañana del 2 de junio le dieron el alta a quien se llamaría Jonás (sin nombre todavía entonces) Pero a Patricia, que estaba muy lastimada, le dijeron que tendría que esperar por lo menos hasta el lunes 4. Después de la una de la tarde de ese sábado, cuando solo quedaba en el hospital solo gente de guardia, ella se vistió como pudo, yo iba delante de ella unos metros para asegurarme de que no había nadie que pudiera vernos, y nos ingeniamos para llegar hasta la calle y buscar un taxi, esta vez sin mayores dificultades para volver a nuestra casa. Yo estaba feliz por el bebé, pero en ese momento solo quería acostarme y dormir... hacía ya casi tres días que no sabía lo que era dormir realmente... lejos de imaginar que las noches de sueño tranquilo habían pasado a ser historia. Mamaderas, pañales, acunar a mi hijo y muchas otras cosas me aguardaban para que no volviera a ver una almohada de cerca por mucho tiempo.
Pero valió la pena.
31 de mayo de 2004