martes, 14 de septiembre de 2010

XIV - Diez Segundos

Es increíble lo que puede pasar en diez segundos. En menos que eso, incluso. Eso lo aprendí hace unos cuantos días. La madrugada del 31 de agosto. La una de la mañana, Ruta 9, cerca de San Pedro. En ese momento, un viaje de placer se convirtió en una pesadilla. Jonás conducía. De alguna manera, lo que unos segundos antes era un viaje normal se convirtió en un desastre. El auto dando una... dos... tres vueltas y de repente… la oscuridad total, el silencio espantoso y para mí, el terror absoluto. Fueron sólo unos pocos segundos los que necesité para saber que estaban todos vivos, pero fueron los peores segundos que he vivido.

Buscando en la oscuridad y bajo la lluvia los muñequitos de peluche de María José, que estaban desparramados a lo largo de más de veinte metros contados desde donde quedó el auto, me preguntaba por qué lo estaba haciendo. Lastimado, golpeado, aturdido, habiendo extraviado cosas más urgentes como mis documentos, celulares, dinero, tarjeta de crédito… pero buscaba los perritos de peluche de María José. Jonás se me unió a la búsqueda hasta que los encontramos todos. Cuando encontré el primero, fui corriendo a llevárselo a ella, que estaba en una camilla que habían traído los del equipo de socorro. Cuando se lo puse en la mano, ella lo tomó con fuerza y se puso a llorar. Ahí me di cuenta de por qué los busqué.

Dicen que ante la inminencia de un acontecimiento potencialmente fatal, uno ve pasar la propia vida frente a sus ojos… para mí no fue así. Todavía estaba nuestro auto dando vueltas y vueltas, y en lo único en que pensaba era en los chicos que estaban conmigo en el auto. Cómo podría seguir viviendo si algo le pasaba a alguno de ellos? No tuve miedo por mí en ningún momento, sólo podía pensar en mi hijo y en los demás que estábamos allí. Tengo pesadillas que evocan esos segundos en los que no sabía si mi hijo, su novia o alguno de nuestros amigos que nos acompañaban estaban vivos. Supongo que probablemente, las tendré durante años.


Dicen también que ante un hecho así, uno se replantea las prioridades en la vida. Tampoco es mi caso. Siempre supe que lo único importante en la vida son los afectos. Sólo me convencí de que estaba en lo cierto. Como le dije a Jonás en el hospital, mi idea de felicidad completa en ese momento, era poder abrazarlos a todos. Sigo pensando lo mismo.