miércoles, 20 de marzo de 2013

XXXV - Eventos triviales


Hace unos pocos días, en el noticiero de la televisión presentaron una noticia que me impresionó mucho porque resultó en el desenlace trágico de una serie de eventos absolutamente triviales.  Dejando de lado que este fue un caso lamentable, me hizo pensar en cómo hechos absolutamente menores, insignificantes y aparentemente sin ninguna relevancia van dándole forma a nuestro mundo. No puedo quitar esta idea de mi cabeza.

En ese sentido, me detuve a pensar en una vieja historia que, según me la han contado, es la siguiente:

Los Chifflet, por lo menos hasta mi abuelo según sé, hemos sido amantes del ajedrez. Mi papá no fue la excepción.  Allá por el año mil novecientos cuarenta y algo, mi viejo solía ir a los “36 Billares” Allí se encontraba regularmente con un amigo para jugar el juego favorito de ambos. Cierta tarde se encontraron que habían aumentado los precios, lo que provocó en ellos cierto enojo y no se quedaron allí pero no estaban dispuestos a renunciar a sus famosas partidas de ajedrez, por lo que aquél amigo invitó a mi papá a su casa. Podrían allí jugar tantas partidas de ajedrez como quisieran sin tener que pagar ni un centavo a nadie.

Fue allí que mi papá conoció a la hermana de su amigo... Según me contaron, el tío Rafael se molestó bastante con mi papá porque su mal amigo desplazó su atención a quien sería luego mi mamá, dejando el noble juego de lado…

Se dan cuenta de lo que trato de decir? Si a mi papá no le hubiera gustado el ajedrez, o si los 36 Billares no hubieran aumentado sus precios una tarde hace unos setenta años, mis viejos no se habrían conocido jamás, yo no habría existido nunca ni usted estaría leyendo esto ahora. Puedo pensar en un montón de factores que podría agregar a esta secuencia de eventos, por ejemplo, habría sido amante del ajedrez mi papá si no lo hubiera sido mi abuelo? Y a él, quien le enseñó a jugar? Cualquier eslabón que retire de la cadena desemboca irremediablemente en mi no-existencia y en la no-ocurrencia de cada uno de mis actos que han influido de una manera u otra en las demás personas, como en el caso de mi hijo, ya que él tampoco hubiera existido. De la misma manera este camino continuará con los hijos de mi hijo y así hasta el fin de los tiempos. Tal vez, en un futuro lejano, uno de mis descendientes encontrará la cura del cáncer o algo por el estilo. Nadie sabrá entonces que la cura del cáncer se originó en la afición por el ajedrez de mi papá y en un repentino aumento en los precios del café en los 36 Billares mientras la Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo.