- El año: 1972
- El lugar: El predio conocido con el ingenioso nombre de “El Campito”, cerca de mi escuela primaria
- La ocasión: El gran desafío de 7º grado “A” frente al 7º grado “B” de esa misma escuela.
- El momento: El encuentro llegando a su fin. El empate en cero parecía definitivo.
En ningún momento ninguno de los equipos había prevalecido sobre el otro. Ambas defensas habían sido muy cerradas. Fue entonces que aquel chico que corría como una liebre pegado al costado llevaba la pelota. Adiviné su intención de patear al área, así que una fracción de segundo antes de que hiciera su disparo, yo salté en el salto más espectacular que haya hecho en mi vida. Eso me permitió darle un soberbio cabezazo a la pelota… Fue así que cambió su dirección, tomando un efecto bastante extraño, para acabar clavándose en el ángulo ubicado más lejos de nuestro arco, haciendo inútil el esfuerzo de nuestro arquero. Fue lo que se dice “un verdadero golazo” desde más de 15 metros de distancia.
El 1 a 0 fue definitivo. ELLOS ganaron por MI gol. De todas maneras, no era necesario que lo reconocieran tan explícitamente. Todos me felicitaron, me aplaudieron y me sacaron en andas de la cancha, ante las miradas cargadas de odio de mis compañeros. Nunca sentí como ese día el deseo de que la tierra me tragara…
Nunca, después de esa fatídica tarde, volví a jugar. Ese día decidí mi retiro definitivo de los estadios. Estaba absolutamente decidido, sin importar lo que pudieran decirme, nadie podría convencerme de lo contrario. Curiosamente, nadie trató de hacerlo... Me fui en silencio. Ni siquiera un partido homenaje me hicieron... Por otra parte, las glorias de Pelé, Maradona, Messi y otros grandes nunca estuvieron realmente en peligro. Objetivamente hablando, yo estaba muy lejos de ser lo que llamaríamos un jugador habilidoso, así que el mundo no se perdió nada.